Desde hace casi once meses, un grupo de miembros del equipo de campaña de María Corina Machado y Edmundo González Urrutia nos encontramos atrapados en la embajada Argentina en Caracas.
Se trata de un secuestro que se ha convertido en un asedio criminal por parte del régimen de Nicolas Maduro.
Esta situación no solo es una violación flagrante de los derechos humanos, sino que también resuena con otros casos de persecución política en el mundo que no pueden ser ignorados.
Los prisioneros políticos en la embajada afrontamos la falta de recursos básicos como agua, electricidad, medicinas y alimentos, todo lo cual se han vuelto lujos inaccesibles.
Este asedio está diseñado no solo para coartar la libertad física de todos nosotros, sino para deshumanizarnos, dejándonos a merced de un poder que busca silenciar cualquier voz disidente.
En un contexto donde la comunidad internacional se muestra atenta a otras cacerías humanas, esta situación no puede permanecer en la sombra.
El hostigamiento de quienes buscamos asilo en la embajada Argentina en Caracas es comparable al de otros perseguidos por sus creencias y principios en diversas partes del mundo.
Casos como el de los 53 presos políticos en Hong Kong, Mohamed Nasheed en Maldivas, Julian Assange, Aung San Suu Kyi en Birmania, Raif Badawi en Arabia Saudita, y Luis Manuel Otero Alcántara en Cuba, resaltan la necesidad urgente de que la comunidad internacional tome medidas.
Estos personajes no son solo nombres en un papel; representan la lucha por la libertad y la dignidad.
La situación de quienes somos prisioneros en la embajada Argentina en Caracas, ahora bajo la bandera de Brasil, no puede ser ignorada por el cuerpo diplomático acreditado en Venezuela.
Se necesita que el mundo reaccione, que se levante en solidaridad y que exija el respeto por los derechos humanos de quienes, en medio de un ambiente hostil, buscamos refugio y justicia en una sede diplomática.
El asilo en una delegación de otro pais no debe ser un camino hacia otro inhumano calobozo más de la dictadura, sino un espacio seguro donde la vida y la dignidad sean resguardadas.
Ahora más que nunca, es crucial que alcemos la voz y denunciemos estos abusos.
La lucha por la libertad es una lucha global.
Hoy quiero compartir con ustedes esta realidad que no puede permanecer en la sombra.
La vida de cinco venezolanos que solo reclamamos libertad y democracia en Venezuela ha quedado atrapada entre las paredes de la embajada Argentina en Caracas, bajo la protección de Brasil, donde nos encontramos en calidad de prisioneros políticos con asilo diplomático.
Aquí, el tiempo parece detenerse, y cada día se convierte en una lucha por la supervivencia.
La escasez de agua, electricidad, medicinas y alimentos se vuelve una constante.
No solo estamos batallando con la falta de recursos; nos enfrentamos a un asedio criminal que busca quebrantar nuestra voluntad y eliminar nuestras voces.
Sin embargo, a pesar del asedio, nos mantenemos firmes en nuestras convicciones, aferrándonos a la esperanza de que tarde o temprano Venezuela será libre.
El mundo no puede ignorar esta violación de derechos humanos y los convenios internacionales que regulan los casos de asilos diplomáticos, como el Convenio de Viena sobre el Derecho de los Tratados (1969) y el Convenio de Caracas sobre asilo diplomático (1954).
Cada día que pasa es un recordatorio de que la lucha por la libertad es una lucha colectiva.
Al escribir estas líneas, deseo que se escuche nuestro clamor.
La historia de los perseguidos políticos no es solo una lista de nombres; somos nosotros, somos nuestras familias, somos el latido de un pueblo que no se rinde.
Elevo mi voz, no solo por mí, sino por todos aquellos que, en el silencio de la cárcel, el exilio y la opresión, claman por justicia y libertad.