En Venezuela, un país devastado por la crisis, la corrupción, la violación de los derechos humanos, la escasez y la migración masiva, Nicolás Maduro se ha convertido en una figura engañosa.
A través de una narrativa cuidadosamente construida por sus asesores cubanos, rusos y chinos el ocupante de Miraflores busca presentarse como un líder fuerte y capaz, cuando la verdad es todo lo contrario y solo representa un régimen que ha llevado a millones de venezolanos al borde de la desesperación.
Para los venezolanos y para la comunidad internacional, Nicolás Maduro no es más que un mandatario de ficción, una especie de maqueta, la fachada de organizaciones criminales y grupos terroristas, que ejercen sus actividades delictivas bajo el amparo de las instituciones oficiales.
En público se muestra como un guapetón de barrio, arrogante, grosero y soberbio. Pero en la intimidad tiembla de miedo.
Ofende y reta a antiguos amigos y aliados como Lula, Petro y Boric, así como a otros presidentes democráticos del mundo.
Pretende dar la sensación que es un todopoderoso, pero en su fuero interno sabe que vive los momentos finales de su deplorable régimen.
Para mantener al mandatario de papel que es Maduro, se han utilizado todos los recursos a su alcance para sostener la ilusión de un liderazgo fuerte, cuando en realidad es un debilitado e incapaz personaje.
En su discurso, repiten constantemente la idea de que, a pesar de las adversidades, Venezuela avanza y se fortalece.
Sin embargo, los datos revelan una realidad desgarradora: una economía devastada, hospitales que carecen de medicinas y una población atrapada en una crisis humanitaria sin precedentes.
La manipulación mediática juega un papel crucial en este intento de crear una imagen de invulnerabilidad, cuando está más decaído que nunca.
A través de cadenas, lobis, encuestólogos, influenciadores nacionales e internacionales, propaganda y control de los medios, Maduro y sus cómplices promueven una visión distorsionada de país, en la que se glorifica la resistencia ante las sanciones internacionales y se demoniza, persigue, encarcela, tortura y asesinan a figuras de la oposición.
En este contexto, el triunfador es una construcción ficticia que oculta la fragilidad de un régimen que se aferra al poder a través de las escasas fuerzas represivas que le quedan, a costa del sufrimiento de su pueblo.
Lo más triste de todo esto es que hay venezolanos, disfrazados de disidentes, que andan por el mundo defendiendo esta repugnante patraña, esta falsedad y esta falsificación de la realidad.
Son los sirvientes del régimen, que por plata, le han vendido el alma al diablo.
El contraste entre la imagen proyectada y la dura realidad es impactante.
Mientras sus secuaces presentan a Maduro como un líder que defiende la soberanía nacional y plantean con la mayor desvergüenza pasar la página de las elecciones presidenciales del 28J; miles de venezolanos están presos o huyen en busca de oportunidades en el extranjero, dejando atrás a sus seres queridos y su hogar.
Este éxodo masivo es un testimonio del fracaso de un régimen que, lejos de solucionar los problemas, perpetúa un círculo vicioso de opresión y desesperanza.
La historia de Venezuela es un recordatorio de cómo los líderes pueden tratar de manipular la percepción pública para mantener su control y/o enriquecerse a costa de un país.
La lucha del pueblo venezolano, y de líderes, como María Corina Machado, por la verdad y la justicia es una luz en medio de la oscuridad.
En un mundo donde la narrativa oficial muchas veces se distancia de la realidad, es vital escuchar las voces de quienes viven en la inmediatez del sufrimiento y la resistencia.
En este complejo entramado, el verdadero triunfo reside en la valentía de aquellos que no se rinden, que buscan la libertad y un futuro digno para su patria.
La historia, al final, siempre encuentra la manera de revelar la verdad, y la esperanza de un cambio en Venezuela sigue viva en el corazón de su gente.