Sí, hay negociaciones en Venezuela. No, no son entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó. Ni siquiera entre sus entornos. Las conversaciones son entre la cúpula usurpadora y Washington. Desde que la Casa Blanca activó su batería anti-Maduro -ofensiva judicial, militar-policial y diplomática-, el teléfono de Elliot Abrams no ha parado de sonar.
Abrams, el encargado del Departamento de Estado para atender el caso Venezuela, ha sido lo más transparente posible. Él mismo ha informado que altos funcionarios del régimen lo han contactado varias veces para tender puentes, y él no es tan cabeza caliente como Bolton. Los telefonazos siempre giran en torno a las condiciones del salvoconducto. Maduro, que no es un tipo brillante pero sí muy astuto, sabe que su pescuezo es cada vez más apetitoso para sus secuaces. La flota internacional antinarcóticos en el mar Caribe, las sanciones, el desplome del petróleo. A eso sumemos la crisis desatada por la pandemia… y la suspensión de vuelos, que dificulta el tráfico de oro, entre otros rubros con los cuales se ha alimentado el voraz apetito revolucionario. Es por eso que el usurpador ya habla descaradamente de dónde le gustaría pasar sus últimos días: Argentina. Ahí lo esperan su camarada Alberto Fernández y Cristina. Gente de negocios.
El presidente Fernández se posicionó públicamente a favor de una salida electoral a la crisis venezolana. Electoral presidencial. Sin embargo, en las mismas declaraciones dejó claro que no quiere una invasión estadounidense en Venezuela. Es la posición común de la región. Pueden dormir tranquilos. Donald Trump llegó a la presidencia prometiendo, entre otras cosas, que se acabó la época de enviar soldados a guerras que las madres de esos soldados consideran innecesarias. Pero, ojo, nos referimos a invasiones, esos costosos movimientos de tropas que ya no son indispensables en época de drones y extracciones. No lo dice este cronista sino el experto en la materia William Brownfield, en entrevista que le dio hace un par de semanas a El Tiempo de Bogotá.
La posibilidad de que los Maduro Flores puedan disfrutar de buenos aires abre las puertas de la transición. De hecho, el hombre de Moscú ya tomó cartas en el asunto. Negocia con Washington. Tiene luz verde de un Putin ya entendido con Trump. Es hábil este personaje. Vladimir Padrino, el negociador en cuestión, ya hizo su primera propuesta: transición, con él al frente hasta que se celebren las elecciones presidenciales. A lo Wolfgang Larrazábal en 1958 tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez. A otro perro con ese hueso, le respondió Abrams, palabras más, palabras menos. El diplomático remitió al general al Plan Pompeo: el entuerto se resuelve en la Asamblea Nacional, entidad responsable de nombrar a cuatro miembros de una Junta de Gobierno que, a su vez, nombrará a un quinto miembro para presidir el ente que guiará los destinos del país hasta que los venezolanos escojan en comicios transparentes a su nuevo presidente, para lo cual no debe transcurrir mucho tiempo pero sí el necesario para reinstitucionalizar el país.
Es normal que Padrino empezara la negociación de esta manera. Tiene que poner la vara alta. Irá bajándola, hasta cierto punto. Todo tiene su costo, un trago amargo: Padrino será parte de ese gobierno de transición, salvo situación extraordinaria. ¿Por qué? Porque tiene el respaldo de Vladimir Putin y del Alto Mando Militar, dos piezas fundamentales en el ajedrez venezolano. Sin él, no hay paso al frente, salvo un golpe de suerte que lo mismo nos morimos esperándolo.
Entonces, la pregunta del millón (de dólares, no de barriles de petróleo): ¿cuándo sale el chavismo del poder? Como en otras ocasiones, está a tiro. Los astros se han alineado una vez más. El Gobierno de Emergencia ya se cuece bajo la directriz de un actor clave: la Iglesia Católica, cuya voz es la del Vaticano. Pronto se entenderá esa dolorosa distancia del Papa Francisco con el tema venezolano. Esta semana los obispos venezolanos dieron un paso fundamental al incorporar a la ecuación a otros cultos, lo cual es ejemplo de lo que viene: la inclusión de todos los venezolanos en el nuevo país. Eso, si no se vuelven a torcer las cosas, sobre todo por los egos desbocados. Los aspirantes incorregibles deben guardar sus urgencias para mejor ocasión, so pena de quedar fuera del cuadro.