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Opinión

Orlando Vieira-Blanco | El disfraz en la cultura política

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“Muchas veces dudo si realmente queremos reencontrarnos socialmente, culturalmente. Al parecer nos gusta seguir disfrazados de demagogia y embriagados por el hombre de poder. Y no consigo explicar por qué aún no salimos de tanta comparsa.

Hugo Chávez: De Páez a Maisanta y Juan Vicente Gómez.

Revisemos un poco de quién se intentó disfrazar Hugo Chávez. Si queremos hacer un ejercicio retrospectivo del atuendo que se puso el pretendido comandante, es inevitable dibujar el hombre a caballo y carabina, también pelotero y coplero. Uniformado entre gorras y sainetes, el disfraz es complejo pero previsible. Inevitable ubicarlo en una multiplicidad de caras, actitudes y caracteres que en esencia no generan un ser auténtico sino una figura de muchos enseres. Es como ese personaje de Hollywood, Joker [o Guasón como le conocemos] donde al decir de Gell, su máscara simboliza denuncia, desquite y resistencia. Ese Chávez que vive, que te mira, que trasciende a través de imágenes y utensilios propagandísticos, comporta un traje cultural que vale la pena deshojar.

Nuestro Guasón criollo es una mezcla de varios desprendimientos y atavismos culturales. Sin duda quiso personificar la heroicidad de Bolívar y revivir su propia épica emancipadora. A ratos asumía un toque de Páez si se trataba de ser nacionalista y conservador; de Zamora porque también le gustaban los harapientos y la imagen del hombre de machete y caña; de Guzmán Blanco por su afán por los ornamentos o de Falcón por pendenciero.

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El gran antifaz fue el Cabito Cipriano Castro por su afán desafiante contra empresarios y potencias extranjeras, que despliega ese giro restaurador de resistencia frente al imperialismo, llegando al propio Gómez a quién retó por ser el tataranieto materno de Maisanta. ¡Vean ustedes cómo, paralelamente, se concibe no todo aquello que aquél personaje anhelaba, sino la representación de lo que nosotros mismos anhelamos como sociedad!. Porque al decir de Gabriel García Márquez, nuestra fascinación por los hombres de poder es lapidaria. Entonces a través del artilugio de la personificación del caudillo seguimos siendo una sociedad embelesada por el hombre a caballo, que nos encandila y nos atrapa.

El tema es cómo despojarnos de esos atuendos y quitarnos el “disfraz”. De sacudirnos el hechizo del caudillo nos ancla en una falsa ilusión. Chávez llegó cuando muchos aclamaban por otro mesías, otro generalote. Y no hablo sólo de las clases populares…Fue la insurrección contra la política. La cachucha y las charreteras contra la constitución, antipolítica que nos conducirán a otra fiesta, a otro carnaval, a otro “orden”. Y como todo disfraz la realidad se hizo presente, sin máscaras, sin serpentinas y sin caramelos. ¿Lección aprendida?

De los alacranes a María Corina y Edmundo González

La impostura es otro de nuestros retratos. Porque el disfraz es-justamente- la piel que habitamos (Dixit Pedro Almodovar). En Venezuela nos encanta “el poseído” , el elegido, el hombre nuevo que se trajea a la medida del género, el fetiche, el machote, el cerote [guapo y apoyado] o incluso, el Robín Hood, que aun siendo malhechor lo convertimos en una gran celebridad de estado.

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“¿Por qué no asumir que los enseres-poseídos [nuestras apariencias] son aquellos que utilizamos cotidianamente en nuestros roles sociales mientras nuestro propio ser se asemeja más a otros estadios o realidades? […] ¿Qué pasaría si llegamos a normalizar nuestros disfraces como una idealización del yo que no somos a ciencia cierta? ¿Somos capaces de reconocerlo o aún no despertamos de esa ilusión?”. ¿Las redes sociales nos han convertido en quienes somos o en quienes queremos ser o aparentar? ¿Normalizamos el disfraz?