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Opinión

ORLANDO VIERA-BLANCO | 31/12/2024

Orlando Viera
Orlando Viera-Blanco

Me gusta recordar mi infancia. La Venezuela buena de los 70 y 80. Pujante, cordial, gentil. Recorrí el país con mamá, papá y mis dos hermanas menores. Lo hacíamos acompañando a Papá de punta a punta por carretera, atendiendo sus Conferencias de la Federación Médica Venezolana. Conducía con pericia su Fairline 500. Volaba aquél aparato de 8 cilindros en V. Como telón de fondo, cantaba boleros a todo gañote [Pepe Sánchez, Lucho Gatica, Leo Marini, Felipe Pirella]. Mamá lo premiaba con un buen sándwich y un exquisito café de su super Thermo Aladdin Amer.

Viví anécdotas inolvidables en mi colegio, mi vecindario, en cada rincón del país. Me da ilusión compartir algunos relatos con mis lectores, viajando a un pasado-cálido, fraterno y cortés- que volverá, para los hijos, para los nietos, para lo que lo vivimos.

La Posada de las mil Luces. ¡Viva Betulio!

En un rincón templado y colorido de Venezuela, en la Fría, existe un poblado que bauticé, San Rafael del Sol. Era 1.979. Luis Herrera había ganado las elecciones a Luis Piñerúa Ordaz y la gente seguía dividida. La Plaza Bolívar aún tenía restos de propaganda electoral. El slogan, ¿dónde están los reales?, reflejaba una democracia de espejo roto. Las tensiones trascendían. Desacuerdos políticos, ensombrecían la tradición de un pueblo festivo.

Habíamos salido de Caracas de madrugada. Una parada en Acarigua-para ver al tío Norman-demoró la ruta. El destino era San Cristóbal, pero no llegábamos. Papá quería hacer escala en algún sitio para ver la pelea de Betulio González [defendiendo la corona del Peso Mosca contra el nipón Shoji Oguma]. Era casi medianoche. El medidor de combustible iba al mínimo. Milagrosamente apareció una estación de gasolina: “Por Fin”, en el medio de la nada.

Entre camioneros, lugareños y luna llena, Papá se abrió camino para aprovisionar el tanque de su Fairline 500, un sedan verde botella, su Risonante imbatible. No contento con el susto de quedarnos varados en medio de la noche, llegamos a una posada lúgubre y aislada. Precisamente para mejorar las sombras, estaba iluminada con mil luces. La dueña era Doña Carmen. Papá la abordó con amabilidad.

—Doña buenas noches. ¿Tendrá una habitación con televisión?. Con autoridad ella contestó: —Habitación tengo, la TV se la debo, a menos que quiera verla afuera y sepa ajustar la antena.

El agite de papá de ver la pelea de boxeo, le prendió la mecha a Doña Carmen. Había sido un año de mucho alboroto político. A sus 80 años, con su cabello blanco como el algodón y su andar pausado pero firme, convocó a una reunión en su posada de las mil luces, llamada así por las farolitas de colores que iluminaban su fachada.

—Esta vez no habrá distancias entre nosotros. Vamos a celebrar como lo hacían nuestros abuelos: con unidad, perdón y alegría. Vamos a ligar a nuestro Betulio. Es maracucho, pero buena gente y fajador. Invitó a todos a ver la pelea. Su posada tenía el único televisor de San Rafael del Sol. Nadie se resistió a la invitación.

Las mesas estaban llenas de platos tradicionales: queso, casabe, arepa pelada, maní, ocumo, paricaguare, batatas, auyamas, aguacates, jobos, guayabas, dulce de lechosa, cerveza y ron. Esta dieta indígena explicaba su piel lozana, la brillantez de su cabello, la fortaleza de su dentadura y su longevidad. Apagó la rocola, acomodó el pequeño televisor (blanco y negro) en un zaguán, colocó platos y vasos de peltre, y los niños a un corredor de tierra. Yo me escapé y me planté con papá.

—Doña Carmen, él se queda conmigo [pero calladito Nano]. Papá, con un gancho de ropa y haciendo gala de manos de buen cirujano, ajustó la imagen. Granulado, pero se veía. Doña Carmen tomó la palabra:

—Hace muchos años mi padre me enseñó que el verdadero espíritu de este pueblo no está en lo que tenemos, sino en lo que damos. Hoy quiero que coman y beban alegremente, ligando a nuestro Betulio. […] El silencio fue pesado al principio. Pero Joaquín, un panadero octogenario, se levantó y caminó hacia la doña con quien no hablaba desde hacía meses.

—Te pido perdón Carmen. Me equivoqué contigo. No tienes la culpa de ser copeyana-sic-

—No empecemos portugués que vas a empavar a Betulio, replicó la abuela.

Pregunté a Papá: ¿Qué es empavar? Me contestó:—Votar verde. No entendí nada.

El cotejo entre Betulio y Shoji iluminó el alma de aquella noche estrellada y fría. Rápidamente [Papá] se sirvió un ron con Pepsi Cola, un trozo de ñame evaporado y frutas para los dos. Uno a uno los vecinos siguieron el menú. La atmósfera se llenó de paz y hermandad.

—Bienvenido Doctor le dijo Pedro, el alguacil del pueblo. A falta de ron, tenemos cerveza o si acaso, café.

¡Comenzó la pelea! Pega Betulio, sacude al nipón…Todos parecían sparrings haciendo sombra, mientras pedían a Dios que no se perdiera la señal. Yo no entendía como siendo medianoche en San Rafael del Sol al otro lado del mundo era medio día, del día siguiente. ¿Veía futuro? Pues sí… Historias de un pueblo distante, que una noche-entre luces y velas-vivió la maravilla de cantar a una sola voz el gloria al bravo pueblo. Betulio retuvo la corona e izó con sus guantes nuestra bandera tricolor. !¡Qué orgullo!

Cuando la última farolita de la posada se apagó, camino a la habitación de cuatro catres, un escaparate y una mecedora, Doña Carmen preguntó Papá:

—Doctor será que me da algo para el dolor de espalda. Es que de tanto poner luces la columna no me da. Papá respondió:

—Doña Carmen soy neumonólogo, pero una torta de Joaquín es el mejor remedio. Pídesela, él es noble, es adeco. Doña Carmen se persignó.

La amistad para el venezolano. Una lección del Principito.

Leí El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, en primer año de Bachillerato de mi querido Instituto Escuela. Siempre me impresionó el encuentro del pequeño viajero con el zorro. Uno de los momentos más profundos de la obra. La idea de “domesticar” no sólo alude a establecer un vínculo único, sino a construir relaciones basadas en el tiempo, la atención, el compromiso mutuo y la protección al más débil. Esta enseñanza siempre resonó profundamente en mi mente y en espíritu. De hecho, creo que subyace en el sentimiento colectivo del venezolano. En esencia, hemos aprendido a “domesticar”.

En este contexto, la domesticación no implica posesión, sino un proceso de abrir el corazón para crear conexiones sinceras y duraderas. La hospitalidad-característica del venezolano-es una impronta cultural: no importa cuán modesta sea la casa o cuán difíciles sean las circunstancias, siempre hay un plato de comida, una taza de café y una sonrisa cálida para un visitante.

Por aquellos días [1978] viví una experiencia que marcó mi sentido de solidaridad, hizo renacer aquél capítulo XXI de El Principito.

Uno de los estudiantes más inteligentes de mi clase era Luis. Pero Luis tenia dificultad para pronunciar. Un siseo que permutaba la R por la D y la S por la CH. Le decían Guason o lengua trapo. Un marraneo que me chocaba, como el que me pusieron: cabezón. Yo alcanzaba defenderme. Fui un niño peleón y contestón. Un Panchito Mandefua cualquiera. Sí tenía que “cenar con el niño Jesús” ¡lo conseguía!. Pero Luis era tranquilo. Un joven risueño, de mirada dulce y voluntarioso. Su dificultad no lo allanaba a contestar cualquier pregunta. Era un niño muy culto para su edad.

La domesticación implica riesgos. Es crear vínculos, aceptar la posibilidad del dolor, del desacuerdo y la pérdida. Llegó el momento…Una tarde ‘se organizó’ una pelea después de clases. Luis vs. José. Las cuentas no me daban, la cosa no pintaba bien, por injusta y maliciosa. Luis no llegaba a metro y medio. José casi uno-ochenta. De pronto, un fuerte patadón a la cabeza de Luis-plasmado en el suelo-me hizo parar el cachimbo. Todos lo entendieron. Hasta José se asustó. Luis sangraba por la nariz.

¡Pero estaba feliz!

—¿Por qué paraste la pelea Nano? ¿Viste que no tenía miedo?

—Tienes razón. Al parecer el único que tenía miedo era yo.

Como el zorro vs. sus cazadores, Luis se ganó el respeto de sus burlescos. Es contradictorio. Pero desde esas riñas colegiales han emergido las más hermosas amistades. De la cultura del rival a la cultura del mejor amigo o del paqueteo a mi compadre, mi guardián. Es nuestro sentido criollo de apprivoiser [domesticar]. Un recordatorio de nuestra alma Llanera: indómita, irreverente pero noble, domesticable, entre abrazos, sangre, sudor y risas.

No supe más de Luis No importa. Él está en su planeta. José en el suyo y yo en el mío. Pero todos compartimos un mismo sentimiento. Todos cuidamos la rosa única: la solidaridad, la incondicionalidad, nuestra huella perenne de hermandad…

El Quijote Italiano.

En un rincón mágico de Venezuela donde los llanos se encuentran con las montañas, y el cielo junta el mar y la tierra, existe una ciudad llamada “Valle Esperanza”. Un lugar hermoso marcado por injustas divisiones y conflictos. Ahí crecí y de ahí me tuve que ir. Ese sitio es Caracas, la capital del cielo, la Diosa del Ávila, que sueño volver a subir.

1974. Una noche-en los predios de La Trinidad, una urbanización satélite de Caracas donde pasé mi infancia-apareció un hombre en medio de una tormenta, cabalgando por la Calle Cristóbal Colón. Lucía llevaba un sombrero desgastado, una lanza de madera e iba montado en un viejo burro que parecía cansado. Se hacía llamar Don Quijote de Soriano. Yo lo veía desde la ventana. De inmediato llamé a mamá.

—¡Amigos!—gritó el hombre desde lo alto de su burro—. Vengo desde tierras lejanas.

Mamá me ordenó irme a mi cuarto. De inmediato llamó a Papá.

—Hay un señor extraño allá afuera, parece que no está bien de la cabeza. Cierra bien la puerta.

Papá de inmediato, hizo lo que [mal] acostumbraba hacer. Abrió el cerrojo, salió a su encuentro y le preguntó: ¿Qué hace maestro?. De pronto el burro[a] se encabritó y el hombre se desplomó en el asfalto.

Salí de mi cuarto a curiosear. Los vecinos encendían luces y se asomaban viendo al Quijote de Calabria, quejándose en el suelo. ¿Qué podía hacer papá? Su voz y su mirada tenían una fuerte mirada. Mamá salió “en defensa” de Papá:

—Te pido que tranques la puerta !y lo primero que haces es salir!

—Susy por Dios, ¿qué puede hacer un hombre en una mula, mojado de pie a cabeza y con una palma, simulando una lanza escudera?

El Quijote de Calabria se había roto el dedo meñique. La gente al principio reía, pero sobrevino un gran silencio. De fondo los truenos de una extraña lluvia decembrina. Con la ayuda de los Nuñez [los vecinos], mamá y papá llevaron al proclamado Quijote de Soriano al consultorio de Papá. Allí lo “entabló”, lo secó, le reparó sus lentes [con alambre y tirro], le dieron un café y una muda. La noche se iluminó con una luna nueva. Y se hizo el milagro de vísperas de Nochebuena.

—Hola. Me llamo Filippo. Vengo de un pueblo de Italia llamado Soriano—dijo—. Vine a esta tierra de gracia por arte de magia. Le doy gracias al señor. Aquí conseguí trabajo e hice familia. Normalmente en vísperas de nochebuena salgo con Renata, una burrita que me traje de Yaracal, para simular el camino a Belén. Disculpen la molestia y el susto. Debo irme. Mi esposa -Raquel- es una catalana de carácter atravesado. Debe estar preocupada y cabreada. Agradezco mucho su hospitalidad. Buonasera…

Filipo desapareció por la Cristóbal Colón con su Renata rumbo a Las Tabacaleras [Sorocaima]. Desapareció tan misteriosamente como había llegado. ¿De dónde y a cuenta de qué apareció en medio de noche buena, un hombre ataviado de moisés, con estaca en mano, augurando paz, amor y felicidad?

De pronto a la mañana siguiente, tocaron la puerta.

—Bongiorno, Soy Filippo, ella es mi esposa Raquel. Estas son mis hijos, Aquiles, Katerina, Piero, Giovanna y Selene. Hemos venido-doctore-a traerle estas flores en señal de agradecimiento. Raquel lo interrumpió:

—Primero quiero pedirles perdón por los inconvenientes. Filippo es tan terco como su mula Renata. En pleno aguacero se empeñó en cumplir su promesa, y en vez de ir a la capilla del colegio Santos Michele a encender su vela, se perdió. Él no ve bien…

Raquel y mamá, Filippo y papá, se convirtieron en amigos entrañables. Desde ese día compartieron todas las noches buenas y todos los años nuevos. Ellas siguen en este plano. Ellos convertidos en Quijotes, uno de Soriano con sombrero de paja, otro de San José de Caracas, ataviado de Nazareno, ambos gravitando como alma buena, en el valle de la esperanza.

Eso es y ha sido Venezuela. Una abundante sabana de tolerancia, bondad y bienvenida. La gran casa del forastero, venga de donde venga, ataviados de buena voluntad, en Nochebuena o en luna nueva.

Estos son mis relatos de esperanza. Este es mi regalo de navidad, este es augurio de nochevieja. Volver a la Venezuela que vivimos. La de nuestras posadas, nuestras escuelas, nuestros valles y llanos de esperanza. La de gestos que valen más que mil palabras. Volveremos a la Tierra de gracia, la de Doña Carmen, de Joaquín, de Betulio, de Luis, José, Filippo o Raquel…

Tierra de Quijotes Llaneros o Calabros, de Principitos y amigos domesticados, de posadas de mil luces, tierra de la alegría que viene, tierra de gracia que es la Venezuela que vuelve.

¡Feliz año para todos! Espero que se hayan visto en el espejo sano de este hermoso pasado. Nos vemos pronto, libremente…

@ovierablanco
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Presidente de Venamerica