Con un ramo de rosas en la mano, el soldado Yuri sube al tren para abrazar a su mujer que llega de Kiev para visitarlo en el este de Ucrania, cerca del frente donde combate.
Él tiene 56 años. Su esposa Vira, 49. Pero por el andén 4 de la terminal de Kramatorsk caminan como dos jóvenes enamorados.
Vira tomó poco antes de las siete de la mañana el tren interurbano número 712, la conexión diaria entre Kiev y esta ciudad del Donbás, a 25 km de uno de los frentes más activos de la guerra.
Después de siete horas de trayecto, la pareja se reencuentra con emoción. La última vez fue en verano.
«Las lágrimas me saltan a los ojos (…) Hoy es el cumpleaños de Vira. Es un regalo, todo es perfecto», dice jovial este hombretón, con gorra y uniforme de camuflaje, movilizado en la Defensa Territorial.
Como muchas parejas separadas por la guerra que se reúnen por un corto tiempo en Kramatorsk, Yuri y Vira alquilaron un apartamento en la ciudad.
«Tiene tres días libres. Vuelve justo del ‘punto cero’, como llamamos a la última posición antes del enemigo», dice la esposa, vestida con una elegante pieza de lana beige.
– «Demasiado peligroso» –
Andriy, de 36 años, desembarca solo del mismo tren. Su mujer lo ha acompañado hasta la estación de Kiev, donde se fundieron en un largo abrazo antes de despedirse.
Miembro de la 66ª brigada mecanizada, el soldado vuelve de 15 días de vacaciones. Su último permiso fue en junio.
Tienen un niño de corta edad y no quiere que su esposa vaya a Kramatorsk porque «es realmente demasiado peligroso».
«No sé cómo medir hasta qué punto es difícil» despedirse, dice el soldado. «Harán falta tres, cuatro días para adaptarme. Es parecido para mi mujer», agrega.
Del tren descienden otros hombres en uniforme que ocupan principalmente los vagones de primera clase. Vuelven al frente después de cortos permisos, de entrenamientos o de tratamientos médicos.
El convoy va lleno, también de civiles. Vienen a visitar amigos que se quedaron en la región o son desplazados que vuelven unos días para cuidar sus hogares.
Después de una hora de pausa, el tren vuelve a partir, nuevamente repleto, de regreso hacia la capital, adonde llega pasadas las nueve de la noche.
Ciudad industrial e importante nudo ferroviario, Kramatorsk, que tenía 150.000 habitantes antes de la guerra, es un objetivo regular de bombardeos rusos.
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El 8 de abril de 2022, un misil cayó en la estación repleta de civiles a punto de ser evacuados, causando 61 muertos y más de 160 heridos.
El andén 4, donde estaciona el tren 712, está protegido a ambos lados por vagones de mercancías cargados de arena.
Bajo un reconfortante sol otoñal de finales de octubre, Vania, de 26 años, estrecha en sus brazos a su mujer Ilona para un último adiós. Soldado de asalto del ejército de Ucrania, combate cerca de Bajmut desde hace un año.
«El respaldo de una persona cercana es importante. Esto me motiva más», señala el militar.
«No es como cuando llegó, que sabes que vas a estar cinco días con tu mujer. Ahora estoy triste», dice.
«No importa cómo vuelva (de la guerra), sin brazo, sin pierna, loco… Sé que ella estará siempre conmigo», dice el joven, que no quiere dar su apellido como otros soldados.
– «Le dejo mi corazón» –
Al lado, Serguiy abraza a Kateryna, que no puede contener las lágrimas antes de subir al tren. Ha pasado dos días con su esposo, un informático de 34 años enrolado en una brigada de asalto.
Las puertas cierran. Los soldados esperan en el andén hasta que el tren se ha ido, lanzando besos con la mano a la esposa o a la novia.
«Tengo la impresión de que cuando vengo a verlo, vuelo hacia él con alas, lo quiero apretujar entre mis brazos y no dejarlo partir jamás», dice Kateryna, de 32 años, con el tren traqueteando de vuelta a Kiev.
«Cuando me voy, le dejo mi corazón para que lo proteja constantemente», continúa entre sollozos.
Unos asientos más allá, Alina, de 23 años, solo ha podido ver 24 horas a su novio, un ingeniero aeronáutico de 29 años, destinado en el cuartel general. Llevan juntos apenas un año.
Empleada en la industria médica, vive en Poltava (centro de Ucrania), una de las ocho paradas del tren 712, a solo tres horas de Kramatorsk.
«Solo puedo venir una vez al mes y solamente por un día. Si pudiera venir solo cinco minutos, lo haría» igualmente, dice con mirada triste.
«Es como si te diesen un caramelo, pero te lo quitasen de inmediato», suspira.
AFP