Cuando Ucrania anunció el 28 de agosto la liberación del pueblo de Robotyne, el mensaje que envió al mundo fue que podía romper las líneas rusas y avanzar en el frente sur. Pero seis semanas después, tales avances no se han materializado.
Los militares ucranianos de la 65ª brigada, los primeros en ingresar a la localidad, reconocen que su control es parcial, al hablar con periodistas de AFP en esta zona habitualmente cerrada a la prensa.
Faltan hombres, proyectiles, drones… Tras cuatro meses de contraofensiva, esos soldados ucranianos dicen estar decididos y parten todos los días al ataque, pero también afirman que solo pueden recuperar terreno a costa de grandes pérdidas ante las fuerzas rusas, mejor armadas y atrincheradas con poderosas fortificaciones.
Igor Korol, comandante del primer batallón de la 65ª, con sus grandes brazos tatuados, habla con calma pero sin pelos en la lengua.
A su juicio, el anuncio de la toma de Robotyne tuvo ante todo un objetivo mediático, porque del punto de vista estratégico, esta localidad no aporta nada.
«Pudimos haberla eludido», declara a AFP no lejos del frente de combate en la región de Zaporiyia.
«Nos gustan los grandes anuncios y victorias rápidas. En la realidad, las cosas son diferentes», admite este oficial que responde al nombre de guerra de «Morpej», una abreviación de «infantería de marina».
– 100% mortal –
Según él, sus hombres no se pueden desplazar libremente en esta zona, oficialmente reconquistada hace un mes y medio.
Sólo al amanecer se pueden enviar pequeños grupos de soldados para lanzar ataques selectivos contra las posiciones rusas en los montes bajos que salpican la región. Hoy se encuentran a las afueras del siguiente poblado, Novoprokopivka, a dos o tres kilómetros al sur de Robotyne.
«Moverse durante el día es 100% mortal», apunta Morpej.
Para él, la zona no es ucraniana sino «gris». Cada vez que hay un bombardeo, «hay bajas, perdemos hombres».
Aunque ya no hay soldados enemigos en Robotyne, la zona continúa bajo la «potencia de fuego rusa», señala el oficial. Por lo tanto, es imposible realizar grandes operaciones de infantería o blindados.
El ejercito ucraniano tiene un objetivo ambicioso en este frente sur: cortar las líneas logísticas rusas y la continuidad de los territorios ocupados alcanzando el mar de Azov, en el mejor de los casos. Una victoria así podría obligar al ejército ruso a retirarse.
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Para el Kremlin, el hecho de que Ucrania no haya podido retomar más que algunas decenas de kilómetros cuadrados desde que inició en junio su contraofensiva, demuestra que la operación fracasó.
Afuera de Robotyne hay una vasta red de fortificaciones rusas, con refugios subterráneos, trincheras, trampas antitanques y campos minados. Los ucranianos solo podían hacer pequeños avances bajo el fuego enemigo.
Este verano, el ejército ucraniano rompió en algunos puntos la cortina defensiva, pero la mayoría de las barreras rusas continúan en pie.
El avance ucraniano se complicó en el otoño debido al barro y en invierno será aún más difícil.
Además bombas aéreas, proyectiles y enjambres de drones explosivos llueven sobre los soldados que intentan avanzar.
Leonid, un experto en lanzagranadas de 44 años, dice que en el frente solo pueden moverse en medio de dos aluviones de fuego, o sea, unos «3 a 5 minutos».
«No hay combate cuerpo a cuerpo, todo son morteros de 120 mm y 82 mm, artillería de 152 mm, (drones) kamikaze», bombas guiadas de 500 a 1.500 kilos lanzadas por la aviación, relata un soldado conocido como «Miron».
Las pérdidas son importantes, según los soldados consultados por AFP, aunque las autoridades ucranianos no dan cifras, al igual que las rusas.
Según los soldados, en términos de artillería, Rusia lanza diez proyectiles cuando ellos pueden disparar «uno o dos». Igual con los drones.
– Pocas reservas –
En ese contexto, Ucrania recibe mal las críticas occidentales que le reprochan la lentitud de sus avances y se insurge contra aquellos que consideran necesario que Washington y Europa reduzcan la ayuda militar.
Las tropas sufren porque la asistencia es insuficiente, debido a que Occidente tarda demasiado en entregar los aviones F-16 que les permitirían enfrentar la supremacía aérea rusa y cubrir los avances de su infantería, sostiene Kiev.
«El precio es la vida de nuestros hombres», declara Morpekh.
Su compañero Poltava dice que lo más duro es hablar a las familias de los camaradas caídos en combate cuyos cuerpos no han sido recuperados.
«Me llaman todo el tiempo preguntando cuándo podremos sacar los cuerpos de los muertos, pero ahora mismo están en tan mal lugar que no puedo enviar a nadie. Es muy peligroso y podríamos perder aún más gente», lamenta.
Pese a ello, los hombres de la 65ª brigada no piensan ni por un segundo en rendirse. Para ellos, la guerra solo puede acabar con la derrota de Rusia y la reconquista de tierras ucranianas ocupadas.
«Sabíamos adónde íbamos, sabemos por qué vamos», sostiene Doc, médico de la brigada.
Mikhail, llamado «Kapa», de 28 años, fue uno de los primeros en entrar a Robotyne.
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En su criterio, la solidez de las fortificaciones rusas demuestra que Moscú decidió consolidar sus posiciones y no avanzar más, tras sus debacles a fines de 2022 en el noreste y sur de Ucrania.
«Se dieron cuenta de que no podían tomar más y aguantar, así que se atrincheraron aquí, durablemente», aseguró.
El resultado es que desde noviembre de 2022, y tras su derrota en Jersón, el ejército ruso no ha cedido mucho terreno y la línea de frente apenas se ha movido.
Eso no ha desanimado a Kapa y sus compañeros, que fueron seleccionados especialmente para atacar a los rusos en este frente.
«Los muchachos que vienen, sabemos perfectamente por qué están aquí. Están aquí para trabajar, para despejar al enemigo, para asaltar, no para sentarse en una zanja», asegura.
AFP