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Mariúpol, una estela de edificios destruidos y cadáveres calcinados

Galina Vasilieva, que a sus 78 años luce una de melena de un vivo color rojo, señala un inmueble de nueve plantas completamente quemado. «¡Mira nuestros bonitos edificios! La gente se calcinó en el interior», lamenta desde Mariúpol, o lo que queda de ella.

«Yo trabajaba en el sector de la construcción. Todos estos edificios fue mi generación quien los construyó. Y ahora, lo bombardearon todo», explica esta jubilada, que anima con sus comentarios sarcásticos la cola ante un camión de distribución de ayuda humanitaria organizada por separatistas prorrusos.

Mariúpol, ciudad portuaria en el sureste de Ucrania que un equipo de la AFP pudo visitar en un viaje de prensa organizado esta semana por el ejército ruso, ha estado bajo una lluvia de fuego que ha arrasado las infraestructuras y los hogares del medio millón de personas que vivían allí antes de la invasión lanzada por el presidente ruso Vladimir Putin el 24 de febrero.

Ahora, después de más de 40 días, los combates se limitan en el vasto complejo industrial cercano al mar de Azov. Las fuerzas rusas y sus aliados separatistas de Donetsk impusieron y estrecharon poco a poco su terrible asedio.

El balance global se desconoce, pero es elevado. Las autoridades ucranianas evocaron alrededor de 20.000 muertos.

«Mirad por vosotros mismos cuál es la situación en la ciudad: hay muchos muertos», constata Yuri Bujarev, un militar de las fuerzas armadas de la autoproclamada república separatista prorrusa de Donetsk.

– Vivir «encima de un volcán» –

El símbolo de este sufrimiento es el teatro en cuyo sótano se habían refugiado cientos de personas, extensamente destruido y quemado tras un bombardeo el 16 de marzo. ¿Cuántas víctimas hay bajo los escombros? Nadie lo sabe.

Kiev acusa a Moscú de bombardear el lugar deliberadamente. Los rusos aseguran que los ucranianos usaban civiles como escudos humanos.

«Cuando empecemos a retirar los escombros, el número de víctimas estará más claro», afirma Bujarev.

Con el fin de la mayoría de combates, los civiles como Galina empiezan a salir en búsqueda de agua, de comida o de algún medio de dejar atrás Mariúpol, sus ruinas y sus cadáveres.

«Sé que hemos sobrevivido al horror y que no sabemos qué nos espera, vivimos como encima de un volcán», resume Tatiana, una empleada municipal de 59 años, con la escoba en la mano, que también espera algo de ayuda humanitaria.

«¡Es el horror, el horror! ¿Qué más decir? Mucha gente sufre (…) Sí, hay muertos, los enterramos directamente en los patios de los edificios!, añade.

– «Bonita incluso así» –

Konstantin Mavrodi, de 28 años, y su madre Taisiya, llegaron a pie desde su casa hasta el hospital con la esperanza de encontrar un autobús hacia Volnovaja, otra ciudad tomada por los rusos, más al norte, donde la abuela los puede acoger.

«Hoy, hemos tenido que correr bajo los disparos, bajo las balas», dice el joven. Su ruta pasaba por la zona industrial de Azovstal, donde el ejército ucraniano todavía resiste usando unos túneles cavados bajo tierra en la época soviética.

Konstantin, que enseñaba informática a niños, explica que todos vivían sin electricidad ni internet desde el 3 de marzo. Así era imposible intercambiar noticias con sus familiares que viven en Kiev y en Rusia.

Apenas puede vislumbrar su futuro, en la incertidumbre sobre si dar la espalda a Ucrania, su patria e ir Rusia, donde su madre tiene familia.

«Hemos corrido bajo las balas. Ahora somos simplemente gente que quiere vivir. ¿En qué país queremos vivir? Eso lo veremos más tarde», apunta.

Svetlana Yasakova, una contable de 43 años, no tiene intención de huir en lo inmediato.

«Estoy sin casa, mi apartamento está totalmente destruido. Me había mudado allí hace tres meses, un apartamento nuevo, recientemente renovado», explica, sonriente a pesar de todo detrás de unas grandes gafas de cristales anaranjados.

Svetlana asegura que vive en el «momento presente». «Hoy estoy aquí y mañana será mañana. Amo mi ciudad, incluso en este estado, es bonita incluso así», afirma.

«Estoy por la paz, el amor y la tranquilidad. Y como decimos, que Dios venga a ayudarnos y se haga cargo de la situación», contó.

AFP.