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¡SORPRENDENTE! Le disparó a sus tres hijos para recuperar a su amante

Alta, de figura atractiva, dueña de una melena dorada y de una magnética mirada azul, Diane Downs era una mujer bella. Se reía con facilidad, pero los mares de sus ojos eran tormentosos y escondían abismos. Su enorme atractivo físico camuflaba perfectamente al monstruo que llevaba dentro. Ese mismo que de chicos, por las noches, creemos que vendrá a devorarnos.

Diane, el ogro de esta historia, quería deshacerse de sus hijos, pero no se los comió como podría suceder en las fábulas infantiles de terror. Mamá ogro apuntó y, desde pocos centímetros, apretó varias veces el gatillo de su pistola. Creyó que “desembarazarse” de sus tres molestias sería así de simple.

Pequeños estorbos

Elizabeth Diane Frederickson, conocida hoy como Downs por su apellido de casada, nació el 7 de agosto de 1955, en Phoenix, Arizona, Estados Unidos. Atravesó una infancia sumamente traumática por lo que, apenas pudo, en la adolescencia, se puso de novia con su compañero de clase del colegio secundario Moon Valley, Steve Downs. Quería escapar de las garras de su padre que venía abusando de ella desde hacía años.

Steve y Diane se graduaron juntos. Luego, él se alistó en la marina y Diane ingresó en la Pacific Coast Baptist Bible College en Orange, en California. No duró ni un año y fue echada por ser considerada promiscua.

La pareja siguió adelante y se reencontró en Phoenix donde se instalaron para comenzar una familia el 13 de noviembre de 1973.

El 7 de octubre de 1974 nació su primera hija Christie; Cheryl llegó el 10 de enero de 1976 y Stephen Daniel, “Danny”, el 20 de diciembre de 1979. Al nacer su tercer hijo ya todo andaba mal entre ellos. Discutían mucho por dinero y Steve sospechaba que ella le era infiel con un colega suyo. Incluso dudaba de si era el verdadero padre de Danny. Eso precipitó, en 1980, el divorcio.

Con solo 25 años Diane se desesperó por encontrar una nueva pareja. Era lo que más deseaba en la vida. Pero para poder salir a los boliches y conocer a alguien tenía que conseguir con quién dejar a sus chicos. A veces, los llevaba a la casa de los padres de Steve; otras, los abandonaba solos a cargo de la mayor, Christie, que tenía 6 años.

En esas excursiones nocturnas, en 1981, conoció a Robert Knickerbocker. Y se obsesionó con él.

Madre se alquila

Lo cierto es que Robert no era libre, todavía estaba casado y tenía sus propios hijos. Lo que menos deseaba en la vida era más chicos.

Diane escribía todos los días en su diario lo enamorada que se sentía mientras sus tres hijos comían mal y nadie se ocupaba de ellos.

Diane no era una persona maternal, sino todo lo contrario y Cheryl era la que, con más frecuencia, despertaba su furia. La pequeña tenía terror a su madre. Por lo menos eso fue lo que contaron los vecinos de sus abuelos cuando fue demasiado tarde.

En ese tiempo, para obtener dinero, Diane se postuló para ser madre subrogante. Los embarazos le resultaban fáciles. Alquiló su vientre por primera vez en 10 mil dólares. Firmó el contrato en septiembre de 1981 donde autorizó a que la inseminaran artificialmente. La bebé que concibió nació el 8 de mayo de 1982 y fue entregada como había sido estipulado a sus guardianes legales.

Diane odiaba ejercer la maternidad, pero le redituaba así que se propuso repetir el proceso en 1983.

Mientras, su relación con Robert, no prosperaba. Él no terminaba de divorciarse y no se mostraba comprometido con ella. Por marzo de 1983 Robert se animó a decirle que creía que las cosas no estaban funcionando y se alejó. Pero Diane estaba dispuesta a reconquistarlo como fuera e insistió.

Por ese entonces a Diane le ofrecieron un traslado como empleada de los Servicios Postales de los Estados Unidos a la ciudad de Cottage Grove, en Oregon, muy cerca de donde vivían sus padres. Enseguida pensó que ellos podrían ayudarla con la crianza de sus hijos y ella podría tener más tiempo libre. Decidió aceptar y, con sus artimañas, le arrancó a Robert una promesa: iría a vivir con ella apenas obtuviera su divorcio.

Un día de abril partió con los tres chicos hacia Oregon y se instalaron en la ciudad de Springfield. Diane estaba contenta. Fantaseaba con que, finalmente, Robert se mudaría con ella ya que sus padres podrían encargarse de Christie, Cheryl y Danny.

Cuando el corazón late demasiado

Al ser entrevistada por la policía sobre lo que había pasado esa noche Diane dijo que había salido con sus hijos para visitar a una amiga y que, cuando emprendieron la vuelta iban paseando viendo el paisaje, aunque ya tarde y poco podían ver, un “extraño de espesas cejas” le hizo señas en el camino para que se detuviera. Paró al costado y le preguntó a ese hombre qué ocurría. El sujeto, según ella, le dijo que quería el auto y los atacó a disparos.

Lo primero que hizo la policía esa misma noche fue pasar la información de que podía haber un peligroso personaje armado en el área. Pero la calma de la madre levemente herida ante la tragedia de sus tres hijos era de lo más sospechosa. Además, ¿por qué el atacante se había ensañado con los chicos cuando ella era la única amenaza para lo que quería obtener?

En los días subsiguientes Diane otorgó varias entrevistas a los medios. Cada vez que abría la boca se hundía más. Cuando alguno la señalaba, ella se defendía diciendo que si había sido la culpable, ¿porqué habría llevado a sus hijos al hospital?: “¿No me habría asegurado primero de que estuvieran muertos y después lloraría lágrimas de cocodrilo? Es insano pensar que haría algo así y traería a los testigos de mi crimen para que testifiquen en mi contra”.

Contra todo pronóstico Christie empezó a mejorar. Pero cuando la policía fue con los médicos y enfermeras hasta la cama de terapia de la pequeña, ella al ver a su madre experimentó bruscos cambios físicos. Su corazón se disparó vertiginosamente en el monitor que tenía conectado y sus ojos se le fueron para atrás. Estaba aterrada. Eso lo vieron todos.

Al mismo tiempo, los registros telefónicos indicaron que lo primero que Diane hizo al llegar al hospital fue llamar a su ex Robert Knickerbocker quien estaba en Arizona. Lo contactaron. Robert les reveló que estaba harto de que Diane lo persiguiera y que una vez hasta le había sugerido que ella podía ayudarlo a eliminar a su esposa para poder estar juntos. Reconoció que cuando ella partió a Oregon, él se sintió aliviado, pudo reconciliarse con su mujer y romper, definitivamente, la relación con Diane.

¿Y el arma homicida? Diane Downs le había ocultado a la policía que tenía un arma calibre .22 igual que la utilizada en el ataque. Dos ex novios suyos testificaron que ella tenía una del mismo calibre que había adquirido en Arizona. Si bien nunca fue hallada, los detectives sí encontraron en la casa de Diane varias cajas de municiones que coincidían con el arma.

Hubo más: aparecieron testigos que dijeron haberla visto esa noche, después de la balacera, manejando increíblemente despacio camino al hospital. Ella había declarado lo contrario, que había ido a toda velocidad.

Pese a todo, Diane no había logrado su objetivo. Cuando Christie pudo emitir sonido los detectives le preguntaron quién les había disparado y ella musitó dos palabras: “Mi mamá”

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