Pedro Escalona realizó un viaje agotador de Venezuela a Texas, hizo una breve escala en un centro para migrantes de San Antonio. En el camino se cruzó con un operativo del gobernador de Florida, Ron DeSantis, uno que prometió un vuelo chárter gratuito a Delaware, luego se enteró de que el vuelo había sido cancelado y tomó un avión a la ciudad de Nueva York, donde terminó en un refugio para personas sin hogar. Y ahora, días después, se sentó triste en un banco en Doral, Florida, afuera de un Best Western, pensando en las vueltas extrañas que da la vida.
La empresa para la que había estado trabajando lo había despedido, al igual que a otras tres personas, también tuvieron que irse de la habitación de hotel en la que se habían alojado durante una semana. Había pasado la noche anterior sobre el césped en las inmediaciones del hotel, bajo una palmera.
Escalona, de 24 años, estaba enojado y en su mayoría arruinado, excepto por un cheque que no pudo cobrar, el fruto de una semana agotadora de trabajo en un equipo de trabajo de recuperación de huracanes. “Me siento como que no soy nadie… como un animal… horrible”, dijo el lunes de la semana pasada.
La historia de cómo llegó a la Florida -estado que quería llevarlo a él y a otros a Delaware, aparentemente para avergonzar al presidente Joe Biden, que tiene una casa allí-, y unirse a un equipo de Fort Myers que trabaja los siete días de la semana, podría ser la historia de la difícil y conflictiva relación entre los Estados Unidos y los trabajadores migrantes.
Una semana son satanizados, a la siguiente están en demanda, solo para convertirse en una parte prescindible de una fuerza laboral contratada por empresas que se benefician de los trabajadores vulnerables.
La compañía le había prometido tres meses de trabajo, dijo Escalona, pero fue cancelado después de una semana por algo que, para Escalona, fue una razón arbitraria y personal.
Cuando la empresa despidió a Escalona, lo hicieron acusándolo a él y a su grupo de alborotadores. Hubo algunos incidentes, admitió Escalona. Un poco de bebida y una pelea, dijo. Pero insistió en que él y sus amigos no hicieron nada peor que cualquiera de los otros trabajadores del grupo.
Aunque la compañía calificó la disputa con Escalona como un incidente aislado, el Herald habló con otros cinco migrantes desde entonces y estos describieron situaciones similares: trabajo duro y largas horas limpiando los desastres del huracán, seguido de denuncias de mal comportamiento, un cheque de pago final que no pueden cobrar, luego la expulsión abrupta del hotel, a veces a manos de la policía.
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