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Inmigración

El empeño de ingresar a Europa de un superviviente del drama migratorio de Melilla

Ammar Mohamed Haj, refugiado eritreo en Marruecos, prefiere hablar poco sobre el trágico intento de entrar por la fuerza en el enclave español de Melilla hace un año, al que sobrevivió, pero sigue firme en su empeño de ir a Europa.

La víspera del 24 de junio de 2022, «dormí con unos amigos bajo un árbol, y luego los perdí para siempre unas horas después», explica este hombre de 23 años. Ese día, 2.000 migrantes de África subsahariana, en su mayoría oriundos de Sudán, intentaron saltar la alta valla que separa la ciudad marroquí de Nador de la ciudad autónoma española de Melilla (norte de Marruecos).

«Fue un día negro que nunca olvidaré pero no puedo decir nada», cuenta este eritreo, todavía conmocionado, que prefiere «guardar silencio» sobre lo que vio.

Algunos de sus compañeros murieron de una forma «atroz». Otros volvieron a Sudán.

El intento de entrar en España dejó 23 muertos entre los migrantes, según las autoridades marroquíes, que denunciaron el «uso de la violencia» por parte de algunos de los que irrumpieron en el puesto de control.

Según Rabat, varias víctimas murieron al caer de la valla y otros perecieron aplastados.

Pero oenegés marroquíes e internacionales de defensa de los derechos humanos aseguran que el balance es mucho más elevado –37 muertos y 76 desaparecidos– y reclaman una «investigación independiente» para probar el uso «excesivo» de la fuerza de las autoridades.

«Huimos de nuestros países buscando una vida mejor y algunos acaban muriendo de la peor forma posible», se lamenta este eritreo en Rabat.

 

– «Huir de la dictadura» –

 

Registrado en las listas del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) e instalado en la capital marroquí, Ammar Mohamed Haj abandonó su país natal con 12 miembros de su familia en 2009 para «escapar a la dictadura».

«Iba a ser reclutado por obligación, aún siendo un niño. No habría tenido educación. Decidimos huir a Sudán», recuerda.

La familia se instaló en un campo de refugiados en Shagarab, en el este de Sudán, donde sus parientes, que se quedaron allí, viven «en condiciones difíciles, a veces sin agua».

Fue en este campamento sudanés que vio la posibilidad de ir hacia Italia, a través de Libia, antes de decidir finalmente pasar por Marruecos para llegar a España.

Empezó entonces un peligroso periplo de varios meses para Ammar, que cruzó Chad, Libia y Argelia, mediante traficantes o «sólo con amigos».

Las fronteras entre Marruecos y Argelia están cerradas desde 1994 pero «migrantes clandestinos pasan, en los dos sentidos, por mediación de traficantes», explica Hassan Ammari, presidente de la Asociación de Ayuda a los Migrantes en Situación Vulnerable (AMSV) en Uchda, una localidad cercana a la frontera con Argelia.

«Algunos migrantes organizan ellos mismos las travesías», dice.

Ammar, después de llegar a Marruecos, intentó una primera vez ingresar a Melilla para «solicitar asilo». Fue «detenido por las autoridades marroquíes y reenviado hacia Beni Mellal», en el centro del país.

Luego regresó a Nador para intentar de nuevo llegar a territorio europeo.

 

– Sin alternativas –

 

Al día siguiente de la tragedia, Ammar lamentaba haber dejado el campamento sudanés: «Era mejor vivir en el infierno que morir en una frontera».

Pero ahora no quiere dar marcha atrás y ha presentado una solicitud a ACNUR en Rabat para ser admitido en un país europeo.

Ammar «no ve otra alternativa para ayudar a su familia que llegar a Europa».

«Es verdad que Marruecos es el mejor país de los que he cruzado pero la vida (aquí) es difícil», dice este hombre, que sobrevive gracias a las ayudas de ACNUR y a pequeños empleos.

Su sueño, como el de tantos migrantes, choca con los esfuerzos europeos y marroquíes para acabar con la migración clandestina.

AFP