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Opinión

Dialogando y matando, el método del Estado mafioso de Venezuela

Antonio Ledezma
Antonio Ledezma, exalcalde Metropolitano Caracas - AFP

Los aliados y asesores del dictador de Venezuela, Nicolas Maduro, han celebrado lo que vendría a ser el dialogo número decimoquinto. Como se puede observar, esa mesa dialoguista «va del tumbo al tambo», o más bien, pudiéramos concluir, que se trata de una carpa circense que hasta ahora estaba instalada en México y la han trasladado para la ciudad de Bogotá a requerimiento del presidente Gustavo Petro, que tal como ha sido calificado por observadores y analistas políticos y diplomáticos, procede como el mismísimo Canciller del déspota venezolano.

En ese circo el que ríe a carcajadas es Nicolás Maduro, mientras que la contraparte pareciera conformarse con el papel de bufones bajo ese tenderete que le ha permitido a Maduro desarrollar sus tramoyas para ganar tiempo, reconocimiento internacional y propiciar desajustes –sobre todo desconfianza y desprestigio– en el seno de la llamada dirección opositora (G4).

Acabamos de presenciar en Bogotá el maltrato a Juan Guaidó quien hasta hace pocos días, en su ciclo de esplendor, era reconocido por casi 60 gobiernos del mundo libre y ahora lo empujan hacia un barranco sus propios socios del gobierno interino. Porque una cosa son los hechos a la vista de todos y otra los deseos de consumar el cese de la usurpación de los tiranos.

En ese dilema hacen daño algunos de los presentes en Bogotá con la credencial de dialoguistas por la oposición venezolana que se han encargado de desvirtuar la lucha auténtica en su relación promiscua con Maduro, mientras van susurrando que «Guaidó es apenas una ficción», como haciendo el trabajo sucio para que ese gesto épico del 23 de enero del 2019, que provocó el impulso de millones de venezolanos, termine decayendo en la indiferencia de todos.

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Son esas las ramas secas del árbol de la unidad que por razones morales no pueden seguir prendidas de su tronco. Y no es por tiesura moralista, es que a los dirigentes se les debe medir por sus conductas, no por sus hipócritas declaraciones. Y la realidad nos revela que por sus conductas y por sus tratativas son los infiltrados que hacen labor de zapa para dividir la fortaleza de la resistencia.

Por esos desengaños es que fechas emblemáticas como la del 23 de febrero en Cúcuta y la del 30 de abril de 2019 en Caracas, serán momentos de inevitable recordatorio, pero no como ejemplos a seguir para alcanzar la libertad que merecemos y habremos de conquistar. Fueron el preámbulo del eclipse del esplendor de Guaidó.

No escribo como un pastor de rencores sino como un venezolano que como muchos no entendemos la cerrazón de quienes no se avienen a revisar sus juegos en los que han apostado, no sus intereses personales y grupales, sino los sueños de millones de ciudadanos que esperamos de quienes se han apoderado de las tomas de decisiones, una pizca de mesura, prudencia y humildad.

No es esto un desahogo impropio para quien está comprometido con una causa irrenunciable.
Tampoco un fogonazo mental temerario para estremecer la presencia espectral de quienes no terminan de responder al reclamo ansioso de una ciudadanía que no quiere seguir perdida en los azares de los tránsfugas que tantas risotadas y aquelarres han disfrutado a expensas de esa atribulada ciudadanía. No decir ¡ni pío! cuando se esperaba, por lo menos, un aspaviento de protesta por la patanería con que el Canciller colombiano maltrataba a Juan Guaidó, quien, hasta antier nada más, recibía reverencias de sus empleados en Monómeros y otras empresas a su cargo y ahora se limitaron a hacerse los desentendidos.

Esa mudes es repugnante porque es cínica y solo se anida en mentes de a quienes nada les importa la suerte de un país atormentado y sitiado por lo peor de este mundo. Cuando se ha solicitado rectificación y autocrítica no es para desatar juicios humillantes en patíbulos fratricidas. Pero tampoco pretendan que por los señuelos piadosos de la melancolía y validos de sus destrezas de confiteros de la supuesta unidad, bajemos la cabeza, y silenciemos nuestra voz para ser testigos cómplices, mirando como ustedes, en la soledad de sus errores, prolongan esa rebatiña perpetua de ambiciones negándose a rezumar la purulencia.
Venezuela seguirá siendo digna de las nostalgias limpias y puras de ese pueblo que nunca será evasivo con su responsabilidad de buen hijo de la patria. Pero esos venezolanos hoy reclaman, en ese vibrato de la voz quebrada que delata su sufrimiento, que se ponga en manos diligentes esa unidad genuina de la que está urgido.

Es hora de fumigar ese gusarapo que nada tiene de unitario. Esa es la solución para no reincidir en las equivocaciones de quienes ya no pueden confundirnos con ese acicalado aspecto de sabios exageradamente ostensibles y de mozos impolutos prematuramente descompuestos. Han fracasado y esa es la verdad que es hoy demasiado parecida a la realidad que resulta inocultable.
Estamos combatiendo a una peligrosa, sanguinaria y cruel corporación criminal y no será exitoso hacerlo con una dirección de mampostería y con estrategas de vuelo gallináceo resignados a conformarse con pequeñas cuotas de poder, sin reparar ni reaccionar que el país, al que dicen defender, se va reduciendo a un moridero de gente arruinada. Bien lo ha dicho el Sr Josep Borrell cuando le critica al dictador Maduro su pretensión de «darse una oposición a su gusto o a la carta».

Esa mudes es repugnante porque es cínica y solo se anida en mentes de a quienes nada les importa la suerte de un país atormentado y sitiado por lo peor de este mundo. Cuando se ha solicitado rectificación y autocrítica no es para desatar juicios humillantes en patíbulos fratricidas. Pero tampoco pretendan que por los señuelos piadosos de la melancolía y validos de sus destrezas de confiteros de la supuesta unidad, bajemos la cabeza, y silenciemos nuestra voz para ser testigos cómplices, mirando como ustedes, en la soledad de sus errores, prolongan esa rebatiña perpetua de ambiciones negándose a rezumar la purulencia.

Venezuela seguirá siendo digna de las nostalgias limpias y puras de ese pueblo que nunca será evasivo con su responsabilidad de buen hijo de la patria. Pero esos venezolanos hoy reclaman, en ese vibrato de la voz quebrada que delata su sufrimiento, que se ponga en manos diligentes esa unidad genuina de la que está urgido.
Es hora de fumigar ese gusarapo que nada tiene de unitario. Esa es la solución para no reincidir en las equivocaciones de quienes ya no pueden confundirnos con ese acicalado aspecto de sabios exageradamente ostensibles y de mozos impolutos prematuramente descompuestos. Han fracasado y esa es la verdad que es hoy demasiado parecida a la realidad que resulta inocultable.

Estamos combatiendo a una peligrosa, sanguinaria y cruel corporación criminal y no será exitoso hacerlo con una dirección de mampostería y con estrategas de vuelo gallináceo resignados a conformarse con pequeñas cuotas de poder, sin reparar ni reaccionar que el país, al que dicen defender, se va reduciendo a un moridero de gente arruinada. Bien lo ha dicho el Sr Josep Borrell cuando le critica al dictador Maduro su pretensión de «darse una oposición a su gusto o a la carta».

Antonio Ledezma
Alcalde legítimo de Caracas y está exiliado en España