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Los desafíos que enfrenta el cuidador de un familiar enfermo en Venezuela

Carga unas llaves que no abren ninguna puerta. Suelta una sonrisa sin conseguir soltar palabra, casi no habla. No va al baño solo, ni avisa. Por segundos logra memorizar nombres, pero rápido los olvida: Antonio Correia tiene la enfermedad de Alzheimer desde hace seis años.

Y su hijo Carlos Correia, de 53 años, asumió su cuidado a tiempo completo desde hace cuatro. Incluso, se mudó de ciudad para encargarse de su padre, de 83, y colaborar con su madre, de 76.

“Mi vida cambió por completo”, dice Carlos a la Voz de América, desde el apartamento familiar en el centro de Caracas.

Venezuela no cuenta con centros públicos o programas sociales que ofrezcan atención integral y de calidad para pacientes con condiciones crónicas. Y la atención privada para la mayoría de las familias suele ser inalcanzable por los altos precios.

Carlos suple las actividades básicas que por la enfermedad Antonio no puede hacer: aseo personal, vestirse, cambiar pañal, ayudarlo a comer, a caminar…

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“A muchas personas les gusta compararlo con un bebé, pero el proceso es inverso (…) el bebé a medida que tú se lo permites se va haciendo más independiente: suelta la teta, deja los pañales, (…) pero esto es inverso, cada vez va dependiendo más de ti”, lamenta.

Y para el cuidador “a nivel emocional es muy difícil”, reconoce Correia, que leyó sobre el síndrome del cuidador en internet. “Tengo algunos síntomas”, reconoce.

Llegó a padecer por ejemplo de psoriasis nerviosa, pero logró controlarla. Ya acudió antes a terapia psicológica en hospitales públicos para buscar orientación y ayuda para canalizar sus emociones.

“¿Lo más difícil? La parte de la pérdida de libertad en todo los sentidos. No puedes vivir tu vida, no tienes tiempo libre (…). Una vez que mi papá se duerme en la noche, ese es el tiempo que yo tengo para pensar en mí”.

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Durante todo el día: “pendiente de que no coma tanto por el sobrepeso, de los pañales, de bañarlo, de ver su deterioro”, dice resignado, pero sin duda de que lo seguirá haciendo.

El mismo año que su papá empeoró con la enfermedad, Correia se separó de su pareja. También dejó de trabajar.

Tiene dos hermanos, uno vive en Chile, y el otro está dedicado a su trabajo, y llevan “el peso económico”, pero “emocionalmente pega”.

E incluso dice sentirse “incomprendido” por la propia familia. “Siempre preguntan por el familiar pero no por uno”. O aconsejan llevar al anciano a un centro público.

“Tuvimos una experiencia familiar donde mi abuela fue maltratada”, recuerda.

DATOS

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la demencia tiene consecuencias físicas, psicológicas, sociales y económicas, no solo para las personas que viven con la enfermedad, sino también para sus cuidadores, las familias y la sociedad en general”.

Abel Saraiba, psicólogo y coordinador del Servicio de Atención Psicológica de los Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap), explica a VOA que ser cuidador de una persona de tercera edad o con condiciones crónicas puede ser “muy difícil” y “emocionalmente agotador”.

“Muchas veces se centra todo el esfuerzo en el cuidado del familiar descuidando la propia salud mental”, añade Saraiba.

Entonces aparecen sentimientos como “la culpa, la frustración, el cansancio y la fatiga, que a pesar del amor se hacen presentes», sigue.

“Soledad abrumadora”

Carlos que describe sentir una “soledad abrumadora”, abrió una cuenta en la red social Twitter, recién bautizada X, para desahogarse. Allí recibe comentarios de apoyo y otros usuarios comparten historias parecidas.

“Ha sido un día terrible, temprano se derramó el café encima, anda con diarrea. Solo le pido a Dios fortaleza y cordura, que me libre de esa enfermedad”, escribió en un mensaje, que tiene más de 2.600 me gusta.

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Dejó la terapia psicológica porque, como sucede con cualquier otro servicio público en Venezuela, eran largas horas de espera para ser atendido. “Son cinco horas que uno está allá”.

Y tiempo para él es lo que le falta. “Siempre estoy con los nervios, corriendo, con la ansiedad de ‘¿y si pasa algo mientras yo no estoy?, ¿y si se cae?’, porque se ha caído, o ‘¿si se hace en los pañales?’ (…) Entonces uno todo lo hace poco apurado”.

“Y no, no está en mis planes”, llevarlo a un ancianato público, dice con seguridad. “A ese señor (su papá) yo tengo mucho que agradecerle”.

Voz de América